martes, 17 de noviembre de 2009

La angustia, por qué quiero, por qué escribo...


La cabeza hinchada, los ojos ardiendo, la sangre agolpándose en las sienes con ganas de huir lejos del alma atormentada...

Es como si el cuerpo se uniera a la rebelión del alma, como si gritaran juntos en son de protesta por el maltrato, por el descariño, por la injusticia, por las mentiras, por la insinceridad, por las traiciones de todas las formas, tamaños y colores...

Las manos se deslizan inquietas por el pelo, por el teclado, por la cama, por los labios, por la nuca... como si buscaran el lugar del reposo, la bahía exacta, el fondeadero donde guarecerse de toda las formas de furia del cielo... 

La única forma de refugio que he encontrado está en otros cuerpos: parejas, amantes, amigos, amigas... todo cuerpo que me brinde el afecto y el calor que necesito para soldarme a mí misma...aunque a veces sospecho que el secreto no reside propiamente en los otros ni en mí misma, sino en el puente del vínculo, en la confianza infundada, en el cariño sincero, fugaz e imprevisto, en la férrea determinación de jugar a la eterna ruleta rusa de la fe en la humanidad... y en saber que el riesgo de perder es lo que nos impulsa a jugar...

Perder sólo me desanima por un rato, pero nunca aprendo a desconfiar. Me gusta crear lazos, aunque después se lleven un trozo de mi piel con el lazo arrancado... y aunque duele lo acepto: pero cada minuto compartido, cada risa, cada mirada franca... eso no se va. Lo comido y lo bailado...

Las líneas que salen de mis dedos, las letras que se me cuelan de por entre las articulaciones, por debajo de la lengua, no son más que intentos de entender cómo funcionan mis puentes hacia el mundo, de teorizar y racionalizar lo que siempre a ras de piel: necesito a los otros. Mi mente necesita otra mente que dialogue con ella, mi cuerpo pide otro cuerpo al que sentir, mis ojos necesitan mirar en la compañía de otros ojos... No es rechazo a la propia individualidad, no es aferrarse a un otro que me saque la soledad existencial (que no se va a ir nunca), es la mera constatación de que nos necesitamos. Tan simple como eso. Nos necesitamos unos a otros. Hasta para la soledad.



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